Los números no mienten.
La tauromaquia está herida de muerte.
Según datos del Ministerio de Cultura, el número de festejos taurinos organizados en España se redujo prácticamente a la mitad (-47%) entre 2009 y 2019. Pasaron de 2.684 a 1.425. Las corridas de toros experimentaron también un descenso constante y prácticamente paralelo. Concretamente retrocedieron un 46% , de 648 al año a solo 349.
Solo en los últimos cuatro años de ese periodo, entre 2015 y 2019, dejaron de acudir a las plazas de toros uno de cada siete espectadores. El público de ese tipo de convocatorias pasó de 2,7 a 2,3 millones por año.
En una palabra: decadencia. No solo el número de festejos taurinos se hunde a la mitad en tan solo una década. El público también es menos cada vez. La falta de interés en las corridas de toros es notoria por los cambios en los usos sociales, económicos y de ocio, así como en una mayor sensibilidad hacia el sufrimiento animal. Uno de cada cinco espectadores (un 20%) no paga por su entrada y a pesar de eso vemos que en cada corrida las gradas siguen vacías.
La conclusión es fácil. Si una actividad no es rentable y aún así sigue existiendo, hay que ver quién la mantiene. Respuesta: La tortura infligida a los toros se mantiene gracias a las constantes inyecciones de dinero público. La mantenemos entre todos. Con cargo a nuestros impuestos.
Esta cruel tradición se está convirtiendo a pasos agigantados en un costoso lastre económico para los ayuntamientos, que deben mantener estos grandes recintos, cada vez con menos uso.
Las plazas de toros son en muchos casos construcciones del siglo XIX o a principios del XX, declarados BIC (Bien de Interés Cultural) en buena parte de las ocasiones y suelen estar ubicados en el centro de las ciudades. Son edificios envejecidos y en algunos casos, ruinosos. Por ello las administraciones, conforme se va reduciendo la afluencia de usuarios a su actividad originaria optan por destinar estos edificios públicos para otros usos o derribarlos, dado el franco declive de estas fiestas.
En algunas ocasiones el ayuntamiento opta por una de estas tres opciones:
1) Decide no prorrogar la concesión porque esos espacios ya no son conformes al sentir popular.
La concesión de estos espacios, que son propiedad de la Administración se licitan conforme a unas bases y pliegos reguladores conforme a la Ley de Contratos del Sector Público. Cada entidad adjudicadora toma sus decisiones al respecto, redactando sus pliegos conforme a unos condicionantes determinados, que debe acatar el concesionario. Un ejemplo paradigmático es lo que ha ocurrido en Gijón. La plaza de toros de El Bobío de Gijón era gestionada por una empresa municipal. En un primer momento (año 2021) se anunció que el Ayuntamiento no había renovado la concesión, justificándose en razones de vulneración de derechos humanos, concretamente en nombrar a los toros con apelativos xenófobos y misóginos. El concesionario anunció que recurriría tal decisión. Posteriormente, en este año 2022 se ha justificado la no renovación de la concesión con otro argumento, incontestable, basándose en la seguridad de las personas. Concretamente por riesgo de hundimientos en las gradas (“tendidos” en el argot) por filtraciones de agua. Eso nos lleva a alguna de las otras dos opciones.
2) Acuerda su derribo o la deja en situación de abandono. Por ejemplo, porque el recinto no reúna las condiciones mínimas necesarias para garantizar la seguridad o no se considere conveniente la inversión de dinero público en un edificio en ruinas. Los ejemplos son innumerables: Sant Feliú de Guixols, Lloret de Mar, Figueras, Tarragona, etc.
2) La dedica a otros usos más acordes a las necesidades sociales y culturales del municipio, con remodelación o no. Es el caso de Benidorm, que albergará un complejo cultural, como hizo Tánger. La plaza de Eibar ahora es un parque multiusos. La plaza de toros de Ibiza fue convertida en una plaza pública con algunas palmeras, y ahora se llama «Jardines de Bob Marley«, en honor al cantante. Alcúdia (Baleares) acuerda reformar la suya en un centro sociocultural. La plaza de toros de las Arenas de Barcelona se convirtió en un centro comercial y es un símbolo emblemático de esa tendencia. El ayuntamiento de Cáceres ha licitado este verano la explotación de la arena como terraza con la reserva del espacio para acoger conciertos y festivales en varias fechas. Getafe ha abierto un concurso de ideas para resucitar un espacio ruinoso inaugurado en 2004 y cerrado doce años después. En Elda, el proyecto de rehabilitación suprime corrales y otras dependencias propias de un coso taurino, como enfermeria. Por esa razón no se podrán seguir realizando eventos taurinos allí. En Évora y Zacatecas (México) puedes reservar una habitación en la antigua plaza, que ahora es un hotel.
En Estella (Navarra) la plaza es un recinto cerrado para que los perros puedan socializar. Este último cambio es, sin duda, espectacular. Un lugar propio de tortura animal por arte de magia pasa a ser todo lo contrario. Se convierte en un sitio de disfrute animal.
Y así un largo etcétera.
Necesitamos plazas para…
Otros usos. Más propias de la sociedad que las alberga.
Otros usos. Para evitar la tortura animal.
Otros usos. Para ser más humanos.
Necesitamos plazas «para todos».
Necesitamos plazas sin toros.
Por Eloi Sarrió, Director de Aboganimal